lunes, 25 de junio de 2012

La dictadura del miedo



No hay peor compañero de viaje que el miedo, esa siniestra sensación que atenaza y presiona a los cobardes hasta poner su destino al borde del precipicio. Así debió sentirse Laurent Blanc en las horas previas a su duelo con España, en las que retorció todos sus ideales hasta elaborar una fórmula timorata que empequeñeció a su equipo. Lo convirtió en víctima prematura. Pensó en Iniesta en la habitación del hotel y le pareció ver a Jordi Alba junto al botones. Temió y rescató su carpeta para modificar el once que tenía en la cabeza.

En ese momento, después de una semana de motín dentro del vestuario, se traicionó. Colocó a Reveillere y Debuchy para frenar el flanco de mayor actividad del ataque español y empezó a perder un partido que para él duró exactamente 19 minutos. Los mismos que tardó Iniesta en lanzar a Jordi Alba. Los mismos que tardó su cinturón de castidad en saltar por los aires. Xabi Alonso culminó la cuchillada para sentenciar a Blanc, que necesitará semanas de psicólogo para comprender cómo es posible sangrar por una herida vendada y protegida de antemano presa del pavor.

Porque los 70 minutos restantes se convirtieron en un castigo cruel para Francia y su entrenador, inmovilizados y retratados por el peculiar dogma de España. Los científicos del fútbol tendrán siglos por delante para desentrañar el misterio. Nadie defiende tanto con la pelota ni ataca menos con ella que este equipo de Del Bosque que siempre la tiene. Es la posesión como fin, fórmula tediosa en ocasiones según los críticos, pero indiscutiblemente fiable y competitiva. Casi garantía de éxito. Y si no, que le pregunten a Blanc.

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