domingo, 15 de julio de 2012

Halagos irreverentes


Que nadie espere un post amable. Siempre es más sencillo escribir en un tono conciliador y positivo, pero hoy no me apetece. He tardado en decidirme y voy a hacerlo: voy a opinar en contra de la corriente halagadora que envuelve a Roger Federer. Evidentemente no negaré el impacto de este jugador en la historia del tenis mundial, su clase superlativa y su palmarés, inagotable e inigualable por el momento. Son aspectos indiscutibles que solo un necio pondría en tela de juicio; y no seré yo.

Pero mi reflexión va más allá. Vengo observando en los últimos años una devoción ilimitada ante el suizo, una especie de halo de perfección que, en ocasiones, acaba por parecerme una falta de respeto hacia un deportista por el que siento absoluta debilidad. Es Rafa Nadal y reconozco que con él me cuesta ponderarme, pero algo me dice que un sector de la afición española no acaba de valorarle en su justa medida. Escucho y leo una inclinación estratosférica ante Federer, ante cualquier victoria, ante cualquier Grand Slam (cada vez menos frecuente, por cierto), ante cualquier acción que le tenga como protagonista. La última muestra, la avalancha de flor y nata con su victoria en Wimbledon, eso sí, después de monopolizar Djokovic y Nadal los últimos cuatro grandes (que el sistema de puntuación haya devuelto a Federer el número 1 después de tan discreta secuencia daría para otra entrada en este blog).

De alguna forma, parece que los triunfos de Nadal valen menos, que su dominio en la tierra batida desvirtúa y resta méritos a cada gesta en esa superficie. Como si se dieran por hechas, vaya. Siento que a veces se olvida que el balear le ha ganado 18 partidos de 28 a Federer (seis de ocho finales en GS), que apenas sin experiencia le arrebató dos títulos de Wimbledon (para mí algo tan meritorio para un tenista español como ganar mil y una veces en París) y que, además, la memoria de muchos elimina un aspecto providencial: Nadal ha ganado todos sus títulos en la 'Era Federer', pero Federer vivió sin Nadal la primera etapa de su carrera. Otros como Rod Laver, Connors, Borg, McEnroe, Lendl, Sampras o Agassi construyeron la leyenda del tenis en sus duelos contemporáneos y por eso le otorgo un valor especial a la comparativa directa y personal entre Nadal y Federer.

Además, hay un elemento personal que reafirma mi admiración hacia Rafa. Es valiente fuera de la pista y pese a su situación de privilegio no duda en desafiar al sistema. Durante años ha abanderado la lucha de los jugadores por conseguir una modificación del sangrante calendario tenístico, algo que le ha valido el respaldo de todo el circuito salvo el de Federer, que apoyó la iniciativa hasta el momento exacto en el que tuvo que manifestarse ante la ATP. Él sabe que su carrera, por la identidad enorme de su tenis, se alargará de forma proporcional al castigo físico que soporten sus rivales, todos ellos con menos recursos técnicos para sobrevivir, obviamente. Por eso se desmarcó del colectivo sin levantar la voz -también reconozco que soy muy poco tolerante con los individuos que se aprovechan egoístamente de los grupos-. Como siempre, no hubo críticas. Bueno, a decir verdad solo una, la de Rafa Nadal, que se atrevió a cuestionar la perfección suiza: "Es muy fácil no decir nada y quedar como un gentleman", denunció el mallorquín. Y yo coincido. Por eso, mi admiración siempre será para Nadal.

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