lunes, 13 de agosto de 2012

Una generación incomparable


Aún resuena el himno americano en el Basketball Arena de Londres y me es inevitable echar la mirada atrás. Hoy, la selección española ha vuelto a desafiar las leyes no escritas del baloncesto, como ya hiciera hace cuatro años en Pekín, para regalar una final olímpica memorable (107-100). Entonces, el enésimo Dream Team comprendió que tiene un rival en la Tierra y que viste de rojo. Un equipo con un talento irrepetible pero, sobre todo, con un carácter competitivo que le ha impulsado a permanecer en la élite 13 años después de su génesis.

Hablo, naturalmente, de aquel Mundial júnior de Lisboa (1999) en el que el equipo español derrotó, precisamente, a Estados Unidos. Raúl López, Juan Carlos Navarro y Felipe Reyes lideraban a un grupo mágico que se alzó con el título, con Pau Gasol a la sombra de Germán Gabriel y con solo 17 minutos de juego en la final (anotó tres puntos). Fue el inicio de todo, de los bautizados  "júnior de oro" que empezaron a escribir allí su particular leyenda. 'La Bomba' fue el principal protagonista con 25 puntos que le tiñeron de oro y le presentaron al mundo como el supertalento que fue, es y será.

De hecho, como si el ciclo quisiera cerrarse, el escolta, maltratado por una maldita fascitis plantar que le ha lastrado durante el campeonato, ha emergido esta tarde para liderar junto al coloso Gasol una emocionante demostración. La de un equipo que llegaba a Londres con problemas físicos evidentes (la ausencia de Ricky Rubio y las lesiones de Rudy y el propio Navarro) y que sufrió la desconfianza de parte de la crítica en los momentos difíciles. No es algo nuevo, sino más bien una canción que se repite con cada derrota -pocas-, especialmente en la 'Era Scariolo'. El técnico italiano ha firmado dos títulos europeos y una final olímpica en cuatro torneos con el equipo español (en el Mundial de 2010 España no pudo contar con Gasol), pero parece no ser suficiente.

No lo fue en los Eurobasket de Polonia y Lituania, con eternos debates sobre su utilización de la plantilla y la ubicación de Rudy Fernández como alero, ni tampoco en estos Juegos. Scariolo fue cuestionado también después de las derrotas ante Rusia y Brasil. Como siempre, evitó defenderse con el peso de su palmarés y acabó triunfando con decisiones clave ante Francia en cuartos (la utilización de Llull sobre Parker en los últimos minutos) y Rusia en semifinales (la entrada defensiva de San Emeterio, Llull y Reyes). Con Scariolo nunca ha habido unanimidad, pero ha sido una pieza fundamental en el ecosistema de esta época dorada. El impulso ideal que tomó el relevo tras el título mundial de 2006 y la plata europea de Madrid con Pepu Hernández y justo después del primer éxito olímpico bajo la tutela de Aíto García Reneses.

Con ese arsenal de títulos y medallas, la selección de baloncesto ha subido un nuevo escalón en su carrera de éxitos, posiblemente hasta colocarse como el mejor equipo de la historia del deporte español. Otros con innegable legado, como el actual de fútbol o la mítica selección de waterpolo de los 90 (oro olímpico en Atlanta 96, plata en Barcelona y dos títulos mundiales), merecen todo el respeto. Pero la luz del ciclo baloncestístico tiene algo especial. Tal vez el encanto de zarandear en dos ocasiones a un rival inaccesible desde la lógica, quizá el espíritu de superación de un grupo poderoso y repleto de fe. Seguramente, una generación incomparable.

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